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Por La puntada .

Merced Solè, trabajadora social

El pasado 25 de noviembre tuvo lugar el día de las personas sin hogar. Una situación que en un principio define un colectivo de características peculiares: personas sin hogar, desarraigadas, sin familia, sin trabajo, a veces con enfermedades asociadas. Transeúntes que duermen en la calle y que no suelen encajar con los esquemas de los servicios públicos. Y que entidades como Cáritas, como Arrels, o como tantas otras, consiguen acoger y estabilizar. Pero hoy, la palabra "sin hogar" despierta también en nosotros otras alarmas: las familias desahuciadas, las que viven realquiladas, los pisos patera ... Situaciones que con la crisis están afectando cada vez a más personas y que probablemente llevarán a la marginación a las más débiles, a las más solas. Para conocer esta realidad más de cerca, tuve ocasión de visitar el Centro de Acogida Abraham de Cáritas de Vilafranca y de hablar con algunos de sus inquilinos ...

Charla distendida a la salida. No es muy difícil iniciar una conversación. Yo no pregunto, escucho lo que buenamente me quieren contar. Los hombres tienen ganas de contar su verdad de las cosas mientras lían un cigarrillo. Una verdad que tiene que ver con su bagaje, con su sentirse persona útil, con capacidad. Quizás han vivido momentos mejores pero sigue vigente su sentido de la dignidad. No tiene mucha importancia si de vez en cuando alguien sale con una pequeña mentira. Percibo que una relación tan efímera como la que tenemos, a ellos les permite sentirse reconocidos y a mí, volver a lo esencial de las cosas.

X había sido camarero, y deportista de un deporte con retribuciones modestas. Primero perdió su lugar en el equipo profesional, por aquello de las lesiones y la edad. Después trabajó en un bar, como camarero. Hasta que el bar cerró. Ha ido agotando todas las ayudas una vez agotado el subsidio de paro. Ha tenido que dejar el piso de alquiler. Y está mirando si, con treinta y tres años cotizados, tiene derecho a recibir una pensión. Porque a sus casi sesenta años, lo tiene muy difícil para volver a trabajar. Mientras tanto, un compañero le convenció para venir a Cataluña. El compañero pide caridad, él no tiene ganas y por eso han separado sus rutas. Un día aquí, otro allá, hasta que se resuelva la situación. Sensación de ir deslizándose hacia abajo. En la conversación no salen las raíces familiares ni sus afectos. Tiene un semblante triste y mantiene la esperanza en la pensión que podría cobrar, por modesta que fuera.

J. viene de Zaragoza. Toda la vida viviendo en el mundo del toreo, como mozo en una ganadería. No me habla de enfermedades ni de desgracias, sino de la pasión con la que siempre ha vivido su trabajo. Su experiencia le ha hecho sentir eficaz, valorado, preparado, pero en su momento no se le facilitó la cotización necesaria como para disfrutar de una buena pensión. Cuando dejó de trabajar se desarraigó. Y parece que está pensando en iniciar un proceso de estabilidad que le permita, entre otras cosas, mejorar su precaria salud.

P. se muestra muy animado y no para de contar chistes. Es carnicero de profesión y ha pasado temporadas ganándose muy bien la vida en grandes cadenas de alimentación. Hasta que llegó la reducción de personal y se fue a la calle. También ha agotado todas las ayudas posibles. Va a la vendimia y hace trabajitos aquí y allá. y es un hombre inquieto, que se mueve constantemente.

Los tres se empeñan tercamente en desbordar fronteras y dejarse encasillar. Por el sencillo hecho de ir de un lado a otro y de no empadronarse en un lugar quedan al margen de las ayudas sociales que piden como requisito una residencia estable. Un hecho que puede acabar dejándolos totalmente al margen, lo que me hace pensar que deberíamos aprender a no encajonar las personas dentro de los recursos, sino a crear los recursos que necesitan las personas.

Parece que la actual quiebra del Estado de Bienestar hace que se abandonen las políticas de prevención y que se abran las puertas a los mecanismos que rompen la cohesión social, bajan la autoestima, llevan a la indefensión. Volvemos muy, muy atrás.

Mercè Solè

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