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“El primer día de la semana,a María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio quitada la piedra que tapaba la entrada. Corrió entonces a donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, aquel a quien Jesús quería mucho,b y les dijo:
–¡Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto!.” (Jn 20,1-2)

“Pero él les dijo: No os asustéis. Estáis buscando a Jesús de Nazaret, el crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Mirad el lugar donde lo pusieron. Id y decid a sus discípulos y a Pedro: ‘Él va a ir a Galilea antes que vosotros. Allí le veréis, tal como os dijo. “ (Mc 16, 6-7)
La meditación del triduo pascual nos ofrece infinidad de posibilidades para el estudio de los espacios celebrativos cristianos, incluso diría que, así como el relato de la pasión es el tuétano de los evangelios, así también lo debería ser para a la reflexión de la arquitectura eclesial contemporánea. En el relato de la pasión encontramos la referencia a la cena del Señor, en el huerto de Getsemaní, en la cruz, al desgarro del velo del templo y, muy especialmente, el relato de la tumba vacía.
Por eso, hoy me gustaría presentar un espacio celebrativo basado en el vacío, pero un vacío que reúne en él a la comunidad y la liturgia: la parroquia de Saint Françoise de Molitor, de Corinne Calles, Jean-Marie Duthilleul / AREP. 2005, en París. Leemos en los relatos de la tumba vacía que en los seguidores de Jesús se da a la vez un desconcierto y una indicación. El desconcierto proviene de la desaparición del cuerpo de Jesús, y la indicación proviene de la promesa del resucitado de ser re-encontrado en la Galilea de los gentiles, es decir, en el retorno a la profanidad de la vida cotidiana. Es en la tensión entre el recuerdo del Jesús histórico y la promesa escatológica del Cristo de la Fe que surge la comunidad cristiana y es, precisamente esta tensión, la que constituye el espacio de Molitor.
Este permanecer en tensión se formaliza en una planta elíptica que mantiene la centralidad del vacío y la linealidad que conduce a la esperanza a través del eje mayor, donde se dispone, por orden visual en el acceso, el baptisterio (en un extremo), el altar (el centro), el ambón (en el otro extremo) y la cruz previa a un jardín exterior (ya fuera de la elipse).
Sábado Santo es el día en que no se celebra la eucaristía. El altar resto vacío, en el centro de la iglesia. El Señor no está, hemos perdido la línea del horizonte y parece que deberíamos ir con una linterna con la mano predicando por las grandes superficies comerciales, que no saben nada de guardar las fiestas, la muerte de Dios («¿Qué ha sido de Dios? »Fulminándolos con la mirada agrega:« Os lo voy a decir. lo Hemos matado. Vosotros y yo lo Hemos matado. Hemos dejado esta tierra sin apoyo solo, sin apoyo orden, sino quién puedo conducirla ... ¿Hemos vaciado el mar? Vagamos como a través de una nada infinita ». Gaya Ciencia núm. 125. F. Nietzsche). Si nos quedamos con la tumba vacía, sin resurrección, somos los más desgraciados de los hombres (1 Co 15,19) y nos vemos abocados al nihilismo.
Ahora bien, aun así, hay que pasar por la cruz y la tumba vacía, por el abandono de toda referencia a Dios (Mc 15,34), para llegar a la resurrección o, como canta en Sabina: "que no te vendan amor sin espinas ". El vacío central de Molitor, que está situado a un nivel inferior, remite a esta kénosis (abajamiento. Fp 2) del Jesús Histórico, a un hacerse nada para ser solidario con aquellos que son tenidos por nada. Que el altar ocupe este puesto de abajamiento también apunta a la eucaristía como servicio, atándolo con la versión joánica de la última Cena (Jn 13,1-20).
Pero las visuales de este espacio no quedan encerrado en su centro, sino que la linealidad de la forma y los elementos mueven la mirada hacia la cruz dorada (gloriosa, como la cruz en el mosaico de San Vital de Rávena, a la derecha) y ensimismada que queda iluminada por el jardín exterior, una clara referencia a la parusía y la esperanza cristiana. Más allá del jardín inaccesible - en referencia al Edén, el jardín del Cantar de los Cantares, el huerto de Getsemaní o el jardín urbano de la Jerusalén Celestial del Apocalipsis - se vislumbra la ciudad de París, la Galilea de la comunidad parroquial, el pesado trajinar de lo cotidiano invitado a ser vivido a través de la luz del Resucitado, el Cristo de la Fe.

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