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Catalunya Religió

(Vida Nueva) Dos nuevas diócesis plenamente en marcha. Esta es una parte del balance a los diez años de la partición de la diócesis de Barcelona. Fue el 15 de junio de 2004, cuando se anunció la creación de las diócesis de Sant Feliu de Llobregat y de Terrassa, segregadas del territorio de la Archidiócesis de Barcelona. Este domingo se van a cumplir los diez años.

En su momento, la decisión no fue bien recibida por improvisada y por no responder a una demanda ni del clero ni de los organismos diocesanos. Lluís Martínez Sistach sustituyó al cardenal Ricard Maria Carles, pero también llegaron los nuevos obispos: desde Ibiza, Agustí Cortés fue a Sant Feliu; y al auxiliar de Barcelona Josep Àngel Saiz se le encargó el Obispado de Terrassa. El último número de Vida Nueva Catalunya presenta un balance de estos diez años con una entrevista a los dos obispos y recoge a la opinión de otras voces de las diócesis.

Los que criticaron en su momento la partición mantienen sus argumentos: no era el momento de triplicar estructuras, sobre todo, en un tiempo de reducción de efectivos pastorales. Y nada ha sido fácil. Pero también reconocen que se ha conseguido el objetivo de ganar en proximidad del obispo con sus diocesanos.

“Mi voluntad ha sido estar presente en todo el territorio, porque esto impulsa la conciencia diocesana y la comunión interna de la diócesis”, explica Agustí Cortés. Ahora, con una consulta, quiere dibujar el futuro de la diócesis después de los diez primeros años.

También Josep Àngel Sáiz apuesta por esta proximidad. Hace un balance “positivo y esperanzado”, porque “mi sensación es que no estamos en un momento de declive”. Y pone como ejemplo lo que ha significado para la diócesis la creación del seminario diocesano.

Estos diez primeros años han sido, sobre todo, el momento de poner en marcha las nuevas estructuras diocesanas, desde la creación de las delegaciones y de los consejos diocesanos, a la construcción de los edificios de las dos nuevas sedes episcopales. Un proceso en el que se ha tenido que buscar el equilibrio entre mantener la coordinación pastoral con la gran metrópoli vecina de Barcelona y fortalecer la identidad diocesana. Equilibrio que tampoco ha sido fácil.

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