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El pasado curso, la Revista Labor Hospitalaria (San Juan de Dios), me pidió un artículo sobre arquitectura y espiritualidad. El escrito apareció a finales de 2014, en el número 310, y llevaba por título "Arquitectura y valores: Última el rastro de Dios desde la habitación en la Ciudad Celestial" (se puede adquirir aquí). Como indico en el resumen:

"A lo largo de la Biblia, Dios siempre se ha mostrado reticente a ser encorsetado en un espacio determinado (2 S 7: 4-7), de hecho, una constante de los primeros cristianos fue la afirmación" Dios no habita en templos fabricados por manos humanas ". Incluso en el libro del Apocalipsis se afirma que en la visión de la Jerusalén Celestial" no había templo "(Ap 21:22). Lleva esta actitud a afirmar que no hay espacio sacro en el cristianismo? Esbozaremos en este artículo una respuesta cristológica desde diferentes escalas proyectuales: la habitación, la casa, la ciudad y la escatología. "

Ya que sería desleal por mi parte publicar ahora online el artículo entero, os dejo un pequeño aperitivo que es su inicio por si os animáis a seguir leyéndolo:

"Del corazón a la habitación

“Ayer por la noche, poco antes de ir a la cama, me arrodillé de repente en medio de esta gran habitación entre las sillas de acero, sobre la gran alfombra clara. De forma muy espontánea. Me sentía como obligada a llegar hasta el suelo por algo más fuerte que yo” (Etty Hillesum[1])

“Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora en secreto a tu Padre. Y tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu recompensa.” (Mt 6,6)

Empecemos nuestro recorrido espacial y espiritual en su núcleo mínimo, la habitación. Cuando los discípulos preguntan a Jesús “Maestro, ¿dónde vives?” (Jn 1,37-39) el evangelista no especifica ningún lugar concreto pero conserva en la memoria la hora del encuentro. Habitar en Dios no se refiere primeramente a un lugar físico sino a un dejarse habitar por su Espíritu. El lugar cristiano por excelencia es Jesús mismo. Él es la habitación del corazón, quien sale a nuestro encuentro construyendo un espacio de relación, y ello se concreta primariamente en el hábito de la oración.

Aclarado este punto, pasemos a su desarrollo arquitectónico. La habitación se entiende como algo construido e implica un saber técnico que responde a unos requerimientos de confort. Incluso hoy en día, hacer una “cédula de habitabilidad” significa primariamente a dar cuenta de estos cumplimientos. Pero para que un lugar sea habitable no basta con un techo protector o tener acceso a suministros energéticos. Si la habitación puede compararse a un abrigarse de la intemperie,[2] este abrigo es también una extensión de la persona, a saber, una ampliación de la corporeidad que nos presenta y habla de nosotros, de nuestro ser y estar en el mundo. La habitación no es solo un derecho físico[3] sino, como apuntaba el escritor Ernesto Sabato, también una necesidad expresiva y elocuente del espíritu: “La presencia del hombre se expresa en el arreglo de una mesa, en unos discos apilados, en un libro, en un juguete. El contacto con cualquier obra humana evoca en nosotros la vida del otro, deja huella a su paso que nos inclinan a reconocerlo y encontrarlo“.[4"

[1] HILLESUM, E. (2010). Diario de Etty Hillesum. Una vida conmocionada. Barcelona: Anthropos. P. 71

[2] Analogía que encontramos en obras como MOLINER, R, (1980) Ropa, sudor y arquitectura. Madrid: Hermann Blume

[3] "Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que asegure su salud, su bienestar y los de su familia, especialmente en cuanto la alimentación, el vestido, la vivienda, atención médica y los servicios sociales" (Artículo 25 de la Declaración Universal los Derechos Humanos)

[4] SABATO, E. (2007) La resistencia. Barcelona: Seix Barral

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